Muchas instituciones y empresas aún creen que mantener un perfil bajo las protege de los conflictos o del escrutinio público. Otras simplemente no comunican porque no saben cómo, no tienen una estrategia o dependen únicamente de la voluntad del director o presidente de turno. Lo cierto es que, en tiempos de sobreinformación, quedarse en silencio también es una forma de hablar… y de perder oportunidades clave.
Cuando no se comunica, también se envía un mensaje
La comunicación institucional no es publicidad ni marketing comercial. Su función es mucho más profunda: construir legitimidad, generar confianza y conectar con los públicos externos —ciudadanía, aliados, medios, autoridades— desde la coherencia entre lo que la institución dice, hace y representa.
Sin embargo, uno de los errores más comunes en muchas organizaciones es comunicar solo cuando hay crisis o presión externa. Cuando eso ocurre, la imagen institucional se construye de forma improvisada, confusa o desde versiones externas. También ocurre cuando las decisiones comunicacionales dependen solo de una persona, cuando no hay voceros preparados o cuando se cree erróneamente que “el bajo perfil” es una virtud.
A esto se suma una idea fundamental: comunicar no es solo emitir mensajes, sino saber cómo hacerlo. Una buena comunicación externa debe utilizar lenguaje claro, directo y accesible, evitar textos innecesariamente largos y aportar datos o evidencia concreta. Comunicar no es llenar espacios, es transmitir lo relevante con estrategia. No se trata de hablar por hablar, sino de conectar con propósito.
No tener presencia pública no significa estar a salvo. Al contrario, las instituciones que no comunican de forma estratégica se exponen a múltiples riesgos que afectan su imagen, su incidencia y hasta su sostenibilidad. Entre las principales consecuencias de una comunicación externa débil o ausente están:
Lo que las instituciones si desean ser: visibles, confiables, relevantes
Aunque no lo digan directamente, muchas organizaciones desean ser percibidas como serias, influyentes, activas y con impacto. Sin embargo, eso no se logra únicamente con discursos aislados o una buena intención. El reconocimiento público no se construye de manera espontánea, requiere coherencia, planificación y una narrativa propia. La clave está en mostrar quiénes somos, qué hacemos y por qué importa, sin caer en lógicas del marketing comercial.
Todas las instituciones, sin importar su tamaño, pueden fortalecer su comunicación si apuestan por acciones mínimas y sostenidas. Aquí algunas claves iniciales:
Comunicar es existir
Una organización que no comunica no existe en la esfera pública. Y si no existe, no puede influir, ni ser parte activa de los cambios que busca. El llamado es claro, comunicar también es una forma de actuar con responsabilidad y dejar huella.
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